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De orilla y río Joaquín va forzado a la ciudad

Crónica de un líder social más, de los miles
perseguidos en Colombia

“Al comienzo vivíamos tranquilos en el barrio...”

 

- ¡Yo no me voy para la ciudad, aquí vivo sabroso! 

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- ¡No tengo necesidad de comprar un plátano, una yuca o una fruta! 

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- Salgo de la casa, bajo a mi terreno, cojo un gajo de banano y me lo como con tranquilidad porque honradamente lo he sembrado. Así contaba don Joaquín con mucho orgullo la vida que tenía, antes de esa noche tan oscura que lo vio salir, pero nunca más volver.

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- Vea veee! ¡las papayas se dañan, vej! no hay quien se las coma. Yo, si no estoy de acuerdo que la gente se vaya para ciudad a aguantar hambre, a que lo vean a uno como un pordiosero mendigando un pan. Aquí no me falta nada, mija.

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- Decía don Joaquín con la cadencia de un hombre que había recorrido las orillas y los  ríos del Pacífico colombiano

Pescador, cazador, maderero y generoso con la gente…
lo conocían, lo respetaban y lo querían. Atravesado, si le buscaban problemas, no se le arrugaba a nadie para defender su honra.

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Cuando don Joaquín era joven le decía a su mujer, aquella que le parió tres hijos, los hijos del matrimonio, esos que recordaba con tristeza por tenerlos tan cerca y a la vez tan lejos, esos que no vio crecer…. ¡Él le decía muy confiado y seguro! Mija ponga la olla al fogón, vaya calentando el agua que ya traigo la presa para el almuerzo...Se echaba la escopeta al hombro y salía por la puerta con la mirada en alto, mientras se perdía entre los matorrales.

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...pocas horas después su mujer sonreía en casa cuando escuchaba ¡Pom! Ella conocía el sonido de la escopeta doce… ¡La que no fallaba! un solo tiro y allí estaba el venado para alimentar la familia…

 

¡Él es como un roble! de esos árboles que no se tuercen ni se rajan, su palabra es sagrada. Cuando se compromete con alguien, cumple al pie de la letra. Es precavido. No admite excusas para no cumplir.

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Él fue uno de los fundadores del barrio La Esperanza en Buenaventura. Cuando llegó al barrio apenas había tres casas, en la orilla de la carretera. Estaba don Jacinto, doña Carmen y el cholo, un indígena que había llegado hacía poco. Todos eran muy buenos vecinos, gente trabajadora y muy servicial. Se colaboraban y se cuidaban entre ellos.

- Al comienzo todo era monte y árboles… Nosotros abrimos caminos con hacha, machete, pica y pala... fuimos abriendo espacio y trazando las calles, rozando el monte, trayendo escombros de las casas que desbarataban, nos regalaban lo que ya nos les servía y nosotros íbamos acomodando el barrio. Poco a poco fue llegando más gente, algunos compraban terrenos baratos y hacían sus ranchos y sembraban árboles y plantas de pancoger para alimentarse ellos y sus familias. Yo también tuve mi terreno, hice mi casa, no era con lujos, pero me echaba mi sueño en paz. Sembré árboles frutales, matas de plátano, yuca, cacao, mandarina y papaya. Criaba pollos y con eso me iba enredando y no me faltaba nada.

 

- La junta antigua fue un respaldo para nosotros… Lucharon para que no nos sacarán del barrio y crearon personería jurídica. En ese tiempo una política que se había lanzado a la alcaldía nos ayudó con unos viajes de balastro para arreglar las calles, con la promesa de que la gente votara por ella.   Nosotros nos unimos y organizamos mucho el barrio, pedimos apoyo de la alcaldía y ellos mandaron unas máquinas niveladoras y aplanaron el balastro. Nosotros queríamos ampliar la carretera para que toda la gente pudiera transitar tranquila y llegar a su casa fácilmente, pero no teníamos recursos. Lo que hacíamos era con las uñas. 

 

- Después vino otro candidato que se había lanzado a la alcaldía, hizo una reunión y nos habló claramente. “si ustedes fueran inteligentes, me daban el voto, porque yo voy a ganar la alcaldía, y les puedo dar lo que necesiten acá en el barrio...” pero la cosas seguían iguales en el barrio, no teníamos agua, ni luz, ni trabajo fijo, uno se rebuscaba con los que podía para sostenerse. Los niños y los jóvenes necesitaban un colegio cerca para estudiar, queríamos construir la cancha, la caseta la habíamos arreglado, pero le faltaba. Esos planes no se habían podido realizar, faltaba apoyo de la alcaldía.

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Con el tiempo las cosas se complicaron en el territorio...

A comienzos de 2012 comenzaron a llegar los grupos armados a la zona, a implementar su propio orden, y a trasladar el terror que ya se vivía en otras zonas del puerto, a los vecinos del barrio La Esperanza. Los habitantes del barrio ya se sentían inseguros e intimidados por la presencia de integrantes de grupos armados que se disputaban entre sí, en otras zonas de la ciudad. Ya don Joaquín venía escuchando la situación tan complicada que se vivía en otras partes de la ciudad, no se podía andar libremente, sino con mucho cuidado. Los noticieros locales y nacionales, registraron masacres, muertes, enfrentamientos entre grupos armados  y situaciones de orden público muy complejas.   Lo más conveniente era guardar silencio, hablar con prudencia sin meter las narices en donde no lo habían llamado para evitar problemas. 

 

Ahora el problema ya no era solamente la guerrilla ni las autodefensas. Después de la desmovilización de las AUC surgieron otros grupos armados que se apoderaron del puerto. Estos se autodenominaban, Rastrojos, La Empresa, Los Urabeños y se disputaban las zonas estratégicas para el narcotráfico, las extorsiones barriales, microtráfico, expendio de drogas, homicidios, reclutamiento de menores y demás actos violentos contra la población. El miedo era generalizado, real y latente.

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- Cuando supimos de la masacre que ocurrió allí cerquita del barrio, nos quedamos fríos. La gente no sabía qué hacer, eso fue una alerta para pensar que ya no estábamos seguros en el territorio, en cualquier momento podía pasar una desgracia… 

“Ellos llegaron pacíficamente y nos dijeron que teníamos 2 horas para salir del territorio”. 2013

- Esa gente no se anda con juegos, cuando dicen algo hay que correr.

 

- Inmediatamente empaqué algunas cosas en el maletín, lo que alcancé a guardar… De prisa y sin preguntar nada, tomé lo más importante y esa misma noche salí como pude de mi casa y me refugié en otra parte. Los días siguientes me quedé donde mis hijos. Me sentía nervioso, con angustia de salir a la calle, no tenía ni un centavo para moverme a hacer vueltas. A los pocos días fui a poner en conocimiento de la Unidad de Víctimas lo ocurrido….

 

-  ...Cuando se calmaron las cosas volví a Buenaventura, porque allá tenía mi tierra, mis cosas y mi vivienda. Se me hacía más fácil vivir en mi finca que tenía todos los alimentos de pancoger, plátano, yuca, gallinas, lagos, aguacate, coco, banano, papaya, pomarroso, árboles frutales. En la ciudad todo cuesta, no era fácil conseguir trabajo y mis hijos no tenían un buen trabajo.

 

- A mediados del 2014 salieron los proyectos productivos del Sena, para los que habíamos sido desplazados del territorio, yo me anoté y me puse a criar mojarras. Ellos me dieron capacitación para comenzar el emprendimiento. El banco agrario me prestó un dinero para comenzar el proyecto. Yo estaba tan contento, aunque se me partían las espaldas del dolor, por esta columna que la tengo tan mal, yo seguía abriendo los lagos con pala y barretón. Con la esperanza de tener una fuente de ingresos para sostenerme y ayudar a mis hijos.  La compañera Eulalia me ayudaba a sembrar, a cuidar las gallinas y a velar por lo que teníamos. 

 

- En ese mismo año decidí participar en la junta de acción comunal, los compañeros me decían que nosotros éramos los que más tiempo llevábamos en el barrio y debíamos cuidar lo que habíamos logrado. A mí me gustaba ayudar en lo que se necesitará en la comunidad. Nosotros apoyábamos a los vecinos cuando necesitaban algo o tenían algún percance. Desde la junta veníamos gestionando varios proyectos para cubrir las necesidades comunitarias que teníamos.

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Pero las cosas fueron empeorando…

- Los del cuento, los que venían haciendo daño al pueblo, se metieron en los asuntos de la junta y querían manejar los dineros que estaban destinados a los proyectos públicos. Desviaban los recursos para sus asuntos personales, hacían y deshacían y a nosotros no nos consultaban nada.  Algunos compañeros y yo  nos reunimos para levantar la voz y oponernos a la corrupción que se venía presentando. Eso no les gusto al comandante, él vino y habló con nosotros y nos dijo que no se andaba creyendo de tanto cuento que le decían, porque de lo contrario ya nos había mandado a matar a todos

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Así resume don Joaquín varios años desde el 2012 hasta el 2020, que vivió en la Esperanza, uno de los tantos barrios olvidados de Buenaventura.  

“Esa noche no me cogió el sueño… La zozobra se apoderó de mí y no tuve sosiego ni un minuto”

- Como cosa rara, esa noche no se durmió temprano. El siempre bajaba, le daba una ronda a su terreno, miraba que todo estuviera bien y se acostaba temprano. Allí en la casa mantenía un arma hechiza que había conseguido por debajo de cuerdas. Sentía que en medio de tanto peligro no podía estar con las manos vacías. Ya entrada la noche, apagó las luces y se recostó en la cama. Doña Eulalia le cogió el sueño, pero él seguía desvelado. De pronto escuchó que alguien llamaba a la puerta. 

 

- ¡Vecino! ¡vecino! ¿Tiene tilapias?

- ¡Vecino! vecino! (llamaron fuertemente una y otra vez, con un tono no muy familiar para don Joaquín)

- Eulalia! Eulalia ¿Dónde están los tiros de la escopeta?, hablaba don Joaquín con mucho afán, en su habitación

- ¡Vecino vinimos por unas tilapias! Gritaban desde afuera

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Doña Eulalia contestó, mientras prendía la linterna…

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- Muchachos ustedes saben que no tenemos tilapias desde hace varios meses- 

- ¡Apague esa linterna o es que quieren que nos maten! - le susurraba enérgicamente don Joaquín a Eulalia, sin hacer ruido.

- ¡En todo caso si no abren la puerta la echamos adentro! - dijeron ellos

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Don Joaquín cargó la escopeta y se asomó entre las rendijas de la pared sigilosamente. Se dio cuenta que eran varios tipos ubicados cerca de su puerta.

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- ¡Vamos a contar hasta siete, si no abren los matamos! 

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Como don Joaquín no abría, comenzaron a patear la puerta.

En la segunda patada don Joaquín se echó a la suerte, levantó su arma y la descargó de frente hacia la puerta…

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- Le dieron! le dieron! ¡Hijueputa le dieron! Gritaban los hombres desesperados

- ¡Vení, ayúdame que le dieron al calvo! se escuchaban correr y gritar, después se oyeron unos tiros al aire y el  ruido de dos motos que se fueron alejando de la casa de don Joaquín.

A don Joaquín no le temblaba la mano, cargó de nuevo la escopeta, esperando que volvieran otra vez a atacarlo. Doña Eulalia muy angustiada, se había metido debajo de la cama. Solo salió hasta que él la llamó.

 

Rápidamente, salieron y se fueron a buscar a uno de los amigos de mayor confianza, aterrados volvieron a la casa, acompañando a don Joaquín a sacar lo que pudo en un maletín viejo que encontró de paso, mientras su amigo vigilaba afuera. Esa noche no pudo pegar los ojos, angustiado y sin poder creer ¡cómo era que estaba vivo! don Joaquín estaba seguro que Dios lo había guardado de morir.

 

Muy de madrugada, con su maletín y la escopeta en la mano se metió en lo espeso del monte, de allí no se movía hasta que alguien no lo sacara. Él sabía que los bandidos vendrían de nuevo y estaban toreados con lo que había pasado. Así que llamó desesperadamente a la policía pidiendo auxilio, ellos contestaron, pidieron los datos de rutina, pero finalmente se cansaron de las llamadas tan insistentes de don Joaquín y apagaron el celular. El entendió que no irían a socorrerlo.  De tantas personas que llamó esa madrugada, un sobrino le contestó. Un sobrino a quien había cuidado como a su propio hijo, cuando era niño. Él no le falló, le dijo que, aunque le costara la vida lo sacaba de allá. En la moto que tenía se dirigió al barrio de don Joaquín, el frío del ambiente le helaba las entrañas, los rostros de la gente le acusaban con la mirada, sabía que estaba entrando en la boca del lobo. Pero con la experiencia de un hombre que había pasado por el batallón contraguerrilla Tiburón en 1990 y quedó con vida para contar el cuento, entró al barrio con cabeza fría a hacer lo que tenía que hacer. 

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Llamó de nuevo al teléfono de su tío…

- ¿Tío dónde está usted? Preguntó su sobrino

- Don Joaquín le dio indicaciones del lugar donde se encontraba. ¿Mijo y usted trajo carro? - dijo don Joaquín

- No tío yo traje la moto-. Contestó su sobrino 

- ¿Y usted cree que esa gente tan ardida que está, me va a dejar salir en una moto como si nada?

- Yo de aquí no me muevo hasta que no venga un carro- contestó enérgicamente don Joaquín

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Don Joaquín llamó a uno de sus amigos, uno de los más confiables, don Marco Tulio. Él tenía un carrito viejo para hacer viajes y mandados. Apenas don Joaquín le pidió el favor, se dispuso a hacer la vuelta lo más cuidadosamente posible. De él nadie sospechaba, era un vecino del barrio, trabajador y honrado, él no se metía con nadie y no tenía problemas allí. 

 

Tal como les dijo, así  lo hicieron. Se acercaron a los matorrales. Pasaron unos segundo eternos en los que solo el silencio definía cada movimiento en la atmosfera. No salía don Joaquín, no pasaba ni  un solo vehículo por la carretera, ni un alma que entorpeciera los planes… De repente un movimiento en el monte interrumpió la quietud, los pasos de sus botas sucias, llenas de tierra y ajustadas a sus pies, su pantalón de lino café, una camisa a medio abotonar, su viejo morral negro, con algunos cierres abiertos le guardaban lo necesario, una gorra negra y la escopeta en el hombro. Así Salió don Joaquín del monte, con los ojos puestos en las dos personas que los sacarían del terror en el que estaba envuelto. 

 

- ¡Acuéstese aquí atrás don Joaco! Dijo don Marco Tulio

- Póngale las bolsas encima, échele también esas cajas encima- decían ellos afanosamente

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Se acurrucó como cuando estaba en el vientre de su madre y dejó que ellos lo cubrieran como cuando su padre lo abrigaba del frío.

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Yo me voy detrás del Carro y hágale usted don Marco Tulio, que ya nos vamos de aquí. 

Salieron despacio sin levantar sospecha. Pasaron por en medio de la calle principal del barrio, con la esperanza de que nadie los detuviera.

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Allí estaban montando guardia. Dos pelados con pantalonetas ensangrentadas los miraron, sin pronunciar palabra.

Poco a poco fueron dejando atrás el barrio para adentrarse en el tráfico de la ciudad de Buenaventura. Llegaron a la casa de su sobrino y allí se quedó esa noche.

 

Ahora el cuerpo le hablaba a don Joaquín, ese cuerpo que no lo traicionó ahora podía respirar, temblar de susto y rabia por lo que le había pasado, ahora no podía dormir de temor y angustia. Ahora pudo hablar con sus hijos, sentir la angustia de ellos de tener a su padre en peligro.

 

Su hija que entendía algunas cosas, le buscó protección del Estado, por medio de la UNP. Le prometieron sacarlo bajo un protocolo de emergencia que duraba 24 horas. Pero ya habían transcurrido 72 horas y no le indicaba la forma en que lo sacarían de Buenaventura. Así que de nuevo tendría que tomar las riendas de su protección, porque la institución que lo protegería tenía otro concepto de urgencia. 

 

Se arriesgó y viajó con su sobrino a la ciudad más cercana, convirtiéndose por segunda vez en desplazado. Otro número más de los 32117 desplazados del año 2020. En medio de la pandemia, producida por el Covid 19 que cobraba un promedio de 4500 vidas en Colombia por semana. Atravesó la ciudad y se adentró en el Distrito de Aguablanca. El lugar donde llega la mayoría de personas afrodescendientes provenientes del Pacífico colombiano, sin plata y sin trabajo. 

 

Su consuelo más grande era el de estar de nuevo con su familia, volver a reunirse con sus hijos y con su recordada esposa, de la que hacía 17 años se había separado… Como la situación era compleja en el Puerto, ellos no viajaban constantemente a verlo. 

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“Yo soy un líder social, reconocido y protegido por el Estado”

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A don Joaquín también le alentaba saber que el Estado Colombiano lo respaldaba como líder social, se sentía importante y valioso por haber liderado tantos procesos comunitarios en su territorio. El creía que las Instituciones que lo llamaban y le tomaban declaraciones por su desplazamiento le recompensarían más de lo que él había sufrido en Buenaventura. Día y noche esperaban cada llamada de las instituciones que habían prometido velar por él. En esos días se dirigió a la Unidad de Víctimas en compañía de su hija. Allí lo recibió un guarda de seguridad, diciéndole que pidiera la cita telefónicamente, ya que tenían restricciones en la atención por el Covid-19.

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Inmediatamente su hija reaccionó, informando del riesgo que estaban corriendo por el solo hecho de estar en la calle, frente a una fila de personas desplazadas del mismo lugar del que venía don Joaquín, ella expuso la situación y  lo dejaron entrar. Don Joaquín hablaba sin parar, de lo que le había ocurrido, lo atendieron con humanidad, sin embargo, debía guardarse la declaración para el día de la cita dentro de un mes. Mientras tanto La UNP le proporcionó una ayuda humanitaria por tres meses y un proceso de revisión minucioso de su caso en el que se determinaría qué elementos de protección merecía don Joaquín de acuerdo a su nivel de riesgo. 

 

Él estaba muy motivado con la idea de la restitución de su tierra, incluso le habían prometido una mejor de la que tenía, sentía que todos sus derechos se tendrían en cuenta hasta su condición como afrodescendiente. Don Joaquín no comprendía muy bien por qué debía autonombrarse como afrodescendiente, porque sus padres nunca se refirieron a él como tal, ni le enseñaron que se identificara así, pero era  un asunto que debía decir en sus declaraciones. 

 

Una noche le preguntó a su hija.

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- ¿Hija, y por qué es que uno debe decir que es afrocolombiano? Yo he discutido con un compañero de allá del barrio y él me decía que no le gustaba decir que él era afroamericano. Yo le explicaba que era importante, porque nosotros éramos comunidad negra, pero él no me entendía. Usted sabe bien cómo es ese asunto… 

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- Su hija asintió con la cabeza y le dijo:

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-Papi la palabra quiere decir que tenemos una relación con África, que en la historia hubo un hecho en el que los africanos fueron traídos en condición de esclavos y de allí descendemos nosotros. Por eso la legislación colombiana ha adoptado ese término para “reconocer” esa condición y en los casos de violaciones de derechos humanos “atender” de manera distinta a la población afrodescendiente. El término afroamericano es para nombrar a las personas de piel oscura que habitan en Estados Unidos.

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Su hija guardó silencio y comprendió que esto era más complejo de lo que estaba tratando de describir, porque detrás de esos términos se escondían otras formas de opresión y que no era el momento de conversar, su padre pasaba por un momento difícil y necesitaba descansar… 

 

Poco a poco fue transcurriendo el tiempo y don Joaquín se desesperaba más. A veces pensaba que era mejor devolverse a su tierra, por lo menos allá tenía donde comer algo. La situación era difícil, las protestas del año 2021 se vivieron muy fuertes en la ciudad de Cali, para la población de Aguablanca fueron cruciales los primeros meses de año. La dilación de su proceso se fue haciendo más evidente hasta caer en el olvido. La policía lo visitaba con frecuencia los primeros días. Después ya no pasaban, ni lo llamaban. La Unidad de Víctimas no contestaba, era difícil comunicarse con ellos. La UNP, terminó su periodo de ayudas y emitió un comunicado donde le garantizaron un chaleco antibalas y un celular como medidas de protección para su vida. 

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Una ONG que se había comprometido con sacarlo del país y asegurarle protección y ayuda, canceló los trámites y le aportó unas ayudas económicas mínimas. Don Joaquín poco a poco perdió las esperanzas y decidió irse a una zona rural del Cauca, con la angustia de no ser reconocido y sobrevivir en medio de una zona de conflicto armado.

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