

Comadreando el lugar de la mujer negra y sus migraciones
Una cara con múltiples historias
Ser madre, esposa y mujer negra a la orilla del río…
- ¡Cuidado esa movida sea para parir esta noche!... Grito mama Eva, mientras Cecilia iba sentada en la lancha
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- ¡Ojalá no me coja por allá!, Contestó Cecilia
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- ¡Adiós pues, no se demoren!, se despidió mama Eva
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José arrancó el motor, salió de prisa y se adentró en quebrada Boquerón. Quería echar un chirrinchao río arriba para sacar pescado para la casa. Cuando llegaron a la quebrada, Cecilia bajó la carga de la lancha, la dejó en un lugar seguro y comenzó a buscar agua de alguna vertiente más limpia para montar el almuerzo al fogón.
¡Cuidado Ceci, que no le vaya a salir una culebra por allá! Grito José

Cecilia encontró agua limpia y se vino caminando al paso que la barriga la dejaba. Beati, desde el vientre de su madre podía percibir su cansancio físico, su agotamiento en cada paso que daba, el frío de su cuerpo con la ropa húmeda que cargaba y los ruidos de sus pies encharcados dentro de las botas rústicas que tenía puestas.
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Cecilia refunfuñaba bajito para no ser oída, pues le molestaba que José siempre la llevara de compañía al monte a trabajar con él.
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-¡Afánele hombre Cecilia! ¡Hasta cuando no prende ese fogón! Le decía José a Cecilia de mal genio
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Ella guardaba silencio… ese silencio que se le había encarnado en los huesos, en el vientre, en las venas y en la sangre, para no provocar la ira de su marido. Aunque Cecilia sentía a su criatura más pesada de lo acostumbrado, no se mostraba débil ante su marido; continuaba ayudándole a machacar las hojas para echar el chirrinchao.
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- …Esta barriga me pesa tanto, estoy tan cansada que quiero irme ya para la casa
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- … Pero este hombre siempre con su terquedad, que tenía que venir, que quería trabajar hoy… y yo ya no puedo mas con esta barriga
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- … Pensaba Cecilia
Cecilia subió caminando por la orilla del río, con un canasto en el brazo, mientras José llevaba el otro en la mano, su falda se deslizaba por el agua fresca y turbia de la quebrada. Cuando se adentraron en lo más arriba de la quebrada comenzaron a zamarrear las ramas que traían en los canastos. A medida que el agua se volvía verde, con el zumo de las ramas y las hojas del chirrinchao, el agua rodaba hacia donde estaban los pescados. Con este zumo los pescados se mareaban y era más fácil agarrarlos en los canastos.
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Al ver que la noche se cerraba, Cecilia sintió de repente un impulso de romper el silencio:
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- ¡Vea José cuando yo esté así! A punto de dar a luz, no me traiga para estos montes a pasar trabajo, dijo Cecilia
un poco malhumorada
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- ¿Está muy maluca? Le preguntó José
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- Si, yo me siento muy agotada, lléveme a la casa, contestó Cecilia
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José prendió el motor y arrancó río abajo… Cecilia se recostó entre un costal y una caneca como si no sintiera las piernas del cansancio. Subió a la casa, saludó a sus suegros y siguió derecho al patio, se quitó la ropa mojada, las botas y se dio un baño ligero. Se abrigó y se recostó sin comer. Cerca de la medianoche la despertaron los dolores de su vientre.
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- José! José! Levántese por favor. ¡Llame a mama Eva! Ya me están apurando los dolores- José se puso la camisa, el pantalón y las botas… Salió apurado de la casa
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- ¡Compadre! ¡Compadre! Llamaba José a don Eusebio que se encontraba a dos casas de la suya
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- ¡Acompáñeme que la mujer ya está con dolores! Don Eusebio bajó corriendo, se embarcaron en la lancha camino
a la casa de mama Eva.
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Sabiduría, partería y nacimientos en el Pacífico
Mientras tanto Cecilia recogía las cosas que estaban regadas en la pieza, se angustió por no haber organizado todo.
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– ahora van a llegar visitas, y yo con este reguero
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Lejos de su madre y sus hermanas, ella debía alistar su propio parto… No pudo contener las lágrimas de tristeza y dolor al ver el momento que se avecinaba. Con la angustia de no saber si sería un buen parto, si sería complicado, si sufriría mucho como con su anterior hijo o si nacería sin complicaciones… Pero respiró profundo, con mucha fuerza y se ubicó en posición de parto. En la orilla se escuchaba el ruido de la lancha y de la comadrona que venía subiendo.
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- Ay Dios mío! Esta mujer ya está pariendo- Gritó mama Eva cuando vio a Cecilia
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- Páseme la sabana comadre Melba y una cuerda para la fuerza, dijo mama Eva apurada
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- José venga, cuelgue la cuerda, allá en el horcón, dijo Melba su madre, mientras José entraba con la cuerda
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- ¡Ya se vino la criatura! Gritó mama Eva
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José salió de la pieza con la cuerda en la mano. No alcanzó a sujetar para que Cecilia se agarrara de ella e hiciera fuerza. Las mujeres estaban atareadas. Doña Melba, la suegra de Cecilia se quedó mirando cómo nacía su nieta. Cecilia sintió el pujo que le daba el alumbramiento a su criatura, de quien no sabía si era niño o niña. Cuando sintió que salió su hija, Cecilia se asustó al escuchar la voz de mama Eva.
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- ¡Porquería! Dijo mama Eva alzando a la niña de los dos pies y zampándole una palmada en la pierna
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- ¿Qué pasooo? ¿Por qué le dice así? Preguntó Cecilia
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- ¡Esta porquería naciendo como hombre! Dijo mama Eva de mal genio
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Beati tomó la postura de hombre para poder nacer en medio de mujeres, venía boca abajo. Para mama Eva esta posición le anunciaba que la criatura era un hombre, pero al voltearla se dio cuenta que era mujercita y esto la molestó.
Todos conocían a mama Eva, por su sabiduría, su fuerza y entrega a la hora de partear una mujer. Con solo ponerle la mano en el vientre, sabía la posición en que venía la criatura, si el parto era complicado o si venía sin problemas. En ocasiones la madre estaba tramada y llamaban a la comadrona para quitarle la trama.

La partería ancestral. Buscando la raíz
Mama Eva, mama Goya y mama Ana han sido mujeres del corregimiento de San Isidro dedicadas a la partería toda su vida, otras mujeres de la familia o vecinas han sido ayudadoras, no cobran dinero por este trabajo, no son egoístas con el saber ancestral, lo transmiten de generación en generación.
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Es un regalo de la vida en comunidad de mujeres negras, hay hombres que se unen a esta causa voluntariamente, como un don de la vida, tienen la facilidad de conocer tantos nombres de hierbas y cada una para la cura de algún mal, con palabras secretas, con oraciones o alguna toma, sobijo, ungüento, emplasto, baño (golpeao, sentao, jalao) o con algún remedio han curado cualquier tipo de enfermedad.
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Sin embargo, hay muchas vidas que se pierden en el camino, momentos en que ningún remedio frena la muerte de alguna persona y se le despide con todas las tradiciones orales de los entierros en el Pacifico profundo, de mar y río.

Beati sería la segunda de 10 hijos e hijas de doña Cecilia y don José, 2 varones y 7 mujeres muertas, solo Beati quedaría viva, naciendo como hombre, desafiando el mundo, camuflándose para no ser vista en una sociedad machista en la que las mujeres ocupan lugares de servidumbre y maltrato.
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Con dolor, miedo y zozobra creció Beati, viendo el maltrato que su padre le daba a su madre. Se volvió fría, su corazón ocultó la alegría de ser mujer, desarrolló ansiedad y depresión, creció pensando que nunca dependería ni viviría con un hombre como su padre.
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Su madre sufrió 7 abortos, perdiendo mucha sangre en cada uno, descuidando su salud, haciendo trabajos de campo después de parir, sin calcular que su salud le cobraría cada gota de su existencia con dolor y lágrimas.
Ser hija abriendo camino…

En uno de esos viajes forzosos, en los que Cecilia se veía entre la vida y la muerte, salió del caserío donde vivían y se negó a volver, se quedó en Buenaventura para que sus hijos e hija estudiaran y tuvieran más oportunidades. Pero allí la vida no era tan diferente, vivían en necesidad, trabajaba en casas de familia, por un salario que no alcanzaba para nada y llevando golpes de su marido José. Huyendo de noche, pidiendo posada cada vez que podía, Cecilia vio crecer a sus hijos.
Emprendiendo camino lejos
de su tierra natal
Cuando Beati creció y logró terminar su bachillerato, cansada de la vida de su familia, ansiaba encontrar oportunidades lejos de Buenaventura. La mayoría de las mujeres del vecindario que ella conocía, eran mujeres negras, trabajaban en casas de familia, en guarderías, vendiendo tinto a los camioneros, como cocineras de restaurantes o vendedoras ambulantes. Había algunas familias blancas en el barrio que tenían otros oficios. Por ejemplo, el dueño de la tienda era un paisa que tenía varios hijos. Beati supo que algunos de ellos se fueron a continuar sus estudios en otros lugares del país.
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Beati soñaba con hacer lo mismo. Una noche arregló un maletín viejo, con la determinación de irse a trabajar a Florida, Valle del Cauca, con una amiga que tenía familia allá. Sin embargo, su madre no soportó su partida y decidió huir de José con su hija y su hijo menor. Salieron a media noche como si fueran fugitivas de algún crimen, sin dejar rastros, a refugiarse en Cali. Al llegar a Cali contempló una belleza que antes no había podido reconocer en Buenaventura;
para ella era una ciudad demasiado prospera.
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Pero al continuar su trayecto se fue reduciendo a un territorio muy opuesto, calles angostas, mucha gente negra en las calles, niños que jugaban en las calles, música a alto volumen en las casas, basura sin recoger en los andenes, gente por aquí y por allá, contenta, conversando, caminando… Era una Cali muy distinta de la que había visto al llegar a la Avenida del Rio, allí donde estaban los mejores hoteles de la ciudad, los edificios más altos e inteligentes. Beati comprendió que había una diferencia, que había sectores opuestos y unas personas en su mayoría negras, que vivían de manera diferente a las otras no negras. Era el Distrito de Aguablanca, el sector donde más gente negra llega cuando migra del Pacifico a Cali.
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Beati quería estudiar, pero la urgencia era trabajar y sostener a su familia. Ella y su madre comenzaron a trabajar en casas de familia, su madre le dio varios consejos para que le fuera bien, que se concentrara en su oficio, que fuera atenta, que hiciera lo que le pidieran y que no fuera contestona.


Rebuscándose la vida
Beati supo que en las casas de familia donde ella trabajaba, no tenía derecho a sentarse en el comedor, ni a comer la misma comida que comía la familia de la casa, ni comía a la misma hora que comían los demás, debía hacer el oficio hasta terminar, aunque llevara más de 12 horas trabajando. Si la contrataban interna era mejor para la familia, para que atendiera de manera incondicional a la familia, era la primera que se levantaba y la última que se acostaba. Beati se preguntaba a qué horas iba a estudiar, con tantos deberes y ocupaciones no le quedaba tiempo libre, descansaba solo los domingos.
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Su determinación la llevó a renunciar, rebuscarse el dinero de otras maneras, sacar tiempo de donde no había, aguantar hambre hasta enfermar, aferrándose a la posibilidad de estudiar y ver un futuro mejor. Renunció, soltó, dejó atrás a su familia, viajó, conoció la diferencia de llevar la piel negra en otros lugares, en otros espacios; aprendió a vivir con ello, en la academia, en los trabajos donde estuvo, entre las amistades que construyó en el camino, siempre sorteando, siempre luchándose los espacios que parecían más fáciles para otros. Beati, estudiaba el triple si era necesario, era más seria de lo común en los jóvenes de su edad… Porque de ella se sospechaba, aunque fuera correcta.

Vivir con la piel oscura…
Una vez Beati no se explicó por qué no le alquilaban una habitación mientras vivió en Medellín, ciudad en su mayoría de gente blanca, y en las laderas, arrinconados, de gente negra. Era la habitación que ella necesitaba, muy cerca de la universidad, a bajo precio, incómoda, pero le servía. Finalmente, la señora -que también era afro- le dijo que las mujeres como ella, que venían de esos ríos les quitaban el marido a las mujeres decentes.
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En otra ocasión una docente, le calificó mal un trabajo que Beati se esforzó en hacer hasta altas horas de la madrugada, argumentando que estaba muy bien hecho y no creía que lo hubiera desarrollado Beati. Alguna vez una compañera de la universidad le reclamó por estar en su ciudad, señalando que debió haberse quedado en su tierra en lugar de quitarle el cupo en la universidad a la gente que si era de Medellín.
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Y muchas anécdotas tiene Beati en su memoria, unas agradables, otras desagradables. En cada lugar donde estuvo, también se luchó las oportunidades, encontró amistades sinceras, encontró el amor en un alma distinta a la de su tierra de origen. Experimentó la dicha de ser madre en una sociedad racista. Tuvo una hija mujer, un alma libre y poderosa con una gran sensibilidad. Ahora emprendería un camino de encontrarse con otras mujeres negras, romper silencios, unir voces y jalonar luchas.


Tres mujeres negras, empobrecidas que conoció Beati en Buenaventura, ahora vivían en Aguablanca. Una de ellas viuda con cuatro hijos, la segunda de ellas madre cabeza de hogar de un hijo, lo golpeaba constantemente para que no se saliera de la casa, consideraba que había mucho problema en el barrio y no quería que cogiera vicios. La tercera madre tenía cinco hijos. Ellos estaban muy pequeños cuando llegaron a Cali y ahora Beati se encontraba en el funeral de uno de ellos. La madre se paseaba por la casa, delante de su difunto hijo, rogándole a sus otros cuatro hijos que si ellos le tenían un poco de consideración no se metieran en problemas.
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Todos drogadictos, algunos con antecedentes criminales, habían conocido la cárcel, sus rostros habían perdido toda simpatía y sensibilidad. Cinco niños de una misma madre llegaron a la Cali de Aguablanca, crecieron solos, viendo a su madre siempre en casas de familia, abandonaron los estudios convivieron con la droga, las pandillas, los enfrentamientos, los vicios, las ollas, los robos como lugar de vida. Cinco niños creciendo en Llano verde, el barrio que se volvió famoso por la masacre de cinco jóvenes en un cañaduzal. Esos cinco jóvenes hoy, son marcados por la sociedad. Su madre los protege, los saca de la cárcel, les salva la vida una y otra vez como una especie de condena que tiene que pagar mientras viva.
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Estas mujeres le dejaban un sabor amargo a Beati, como si existieran nudos que se amarraran de manera indisoluble en ciertos espacios, condiciones sociales que convergen para reproducir formas de vida otras, que se convierten en el fantasma de quienes duermen tranquilos con las comodidades que una vida prospera les concedió.
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¡Prosperas! Así veía Beati a las mujeres del sur de Cali. Al menos eso percibía Beati cuando veía mujeres negras viviendo en ese sector. Ellas habitaban sectores transitables, llenos de la vegetación que crece de manera abundante en lugares estratificados geográficamente altos. Vías amplias, carros de alta gama, centros comerciales, universidades de alto nivel, públicas o privadas. Edificios, restaurantes, las mejores discotecas. Todas las condiciones de una vida de “bien”. En el sur de Cali se respira otro aire, la mayoría de las personas son blancas y algunos afros que han salido de condiciones de pobreza y buscan habitar esos espacios de Cali.
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En ese sector, Beati conoció mujeres afros, muy bien posicionadas con poder económico o político, con vidas de mujeres de “bien”, maridos profesionales, ellas también profesionales, algunas con cirugías estéticas que deslumbran a cualquiera en la calle. Mujeres negras, distantes de lo que pasa en Aguablanca o en cualquier otro lugar con población negra, jóvenes, adultas, casadas, solteras, deportistas, trabajadoras, desempleadas, influencers, generadoras de contenido (OnlyFans) en fin; mujeres diversas, construidas desde diferentes esferas de la sociedad caleña.
Negridad y mujerización en Cali…
Otras, con compromisos activistas o defensoras de alguna causa social genuina o de fachada. Las causas sociales negras tradicionales, en la mayoría de los casos se han convertido en un gancho para los compañeros y compañeras negras que buscan salir del anonimato y buscar una posición económica o política privilegiada.
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- No pierda su tiempo con gente negra que no suma, la comunidad no le va a cumplir sus sueños, sus sueños se los cumple el político que este arriba, a ese es que usted debe pegársele, dijo el hombre
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- Ok. ¡Comprendo! Y nuestra identidad como población negra, con una larga historia de desigualdad social… dijo Beati
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-Ese cuento no va conmigo, eso pasó hace muchos años. Todo lo que soy yo, me lo ha dado mi trabajo y mi esfuerzo, puntualizó el hombre
Ese consejo se lo dio un activista negro a Beati. Ella poco o nada comprendía que así funcionaban las cosas.
Beati observaba a otras mujeres afros, en su mayoría trabajadoras que transitaban en sectores privilegiados de Cali, son las mujeres afros, que sirven de mano de obra asistencial e informal en la ciudad de Cali, al lado de muchos hombres jóvenes y adultos. Aquellas que van a pie, las que viajan en carros piratas, en transporte público, en taxi o manejando moto. La mayoría de estas mujeres son las que trabajan como vigilantes, las que acompañan a los ayudantes de construcciones (“ruseros”), las que hacen el aseo en casas, apartamentos, edificios, empresas, bancos o en hoteles, las cocineras de diferentes establecimientos, las que trabajan como cajeras, peluqueras, manicuristas, todas estas mujeres son de una clase distintas.
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Este panorama, pareciera ser una especie de acuerdo implícito dentro de la ciudad…Pero desde la vasta extensión del distrito de Aguablanca se movilizó gente de a pie en el año 2021, la que no tiene vivienda, la que habita las invasiones, la que no conoce condiciones laborales, ni lo que es trabajar con seguridad social. Estas mujeres, madres, tías, abuelas, las que protegieron a sus hijos en primera línea, todas estas mujeres negras de tesón y fuerza se han hecho un camino en Cali, en medio de la diferencia y la desigualdad social.
Las jovencitas empobrecidas, llegan a trabajar en casa de familia, si tienen la intención de estudiar, hacen trueque de estudios y vivienda por educación, otras van llegando en compañía de algún familiar que vive en Aguablanca u otro sector de ladera de Cali (Menga o Siloé), al hacinamiento familiar en alguna casa pequeña, a estudiar y ganarse la vida hasta lograr algún lugar en la sociedad caleña o de Aguablanca, otras madres o abuelas llegan a ponerle cuidado a los nietos, dejando atrás la vida que tenían en el campo, otras se niegan a venir a Cali y sumarse a los sectores complejos de la ciudad. Tal como respondió Sandra cuando Beati le preguntó
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- ¿Prima por qué no se vienen para acá, si la cosa está tan dura en Buenaventura?
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- ¡Noooooo prima! Nosotros no nos venimos para acá, aquí en Cali se dañan los muchachos, nosotros quisiéramos irnos para Buga, pa’ otro lado, porque esos pelaitos aquí se vuelven viciosos y eso es un problema después, le respondió Sandra a Beati
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Beati siguió su camino conversando con las mujeres de su tierra, de los alrededores de Cali, de Puerto Tejada, de Jamundí, de Santander de Quilichao. En la conversa se construye la resistencia de las mujeres negras, en los barrios, en los sancochos comunitarios, trenzadas familiares o entre vecinas, en las noches de arrullos, en el comadreo de los andenes, en los grupos de mujeres que se reúnen para luchar por las comunidades. Allí se construye la resistencia.

